El “boom inmobiliario” que comenzó a inicios de siglo se ha acentuado en los últimos años y, poco a poco, altos edificios surgen como moles de cemento, transformando la cara de la ciudad. “Gigantes de la modernidad” que dan fe en su estatura de que el “desarrollo” ha llegado al Perú para quedarse. Los noticieros hablan sin césar de números y estadísticas, como fieles testigos de la “bendición del capital”.
Pero lejos de las luces de la ciudad y el crecimiento económico, la vida no ha cambiado mucho desde hace décadas en numerosas zonas de las periferias de Lima. El crecimiento demográfico, el éxodo rural y la falta de una adecuada planificación del crecimiento urbano junto con una oferta inmobiliaria sesgada e inaccesible para la mayoría de personas, siguen empujando a grandes grupos humanos hacia zonas excluidas del área capitalina en donde el concepto de planificación urbana suena a teorías del “primer mundo”.
Sin embargo, la vida continúa y, generación tras generación, las familias crecen bajo la sombra de los inhóspitos cerros que cada niño, mujer y hombre han aprendido a llamar “hogar”. Y es ahí, en donde cada familia desarrolla sus sueños y trata como puede de contar con las comodidades que ofrece el mundo moderno, adaptándose a los patrones culturales –muchas veces ajenos a nuestra realidad- que ofrece el mágico mundo de la televisión porque en las contradicciones de nuestra capital, es más barato tener televisión por cable que agua potable.
Esta es la ciudad que muchos de nosotros vemos desde la ventana de la combi, yendo al trabajo o la universidad, como parte del paisaje. La ciudad que no vemos. ¿Cuántos de nosotros hemos pisado un asentamiento humano en nuestras vidas y visto las condiciones en las que se tienen que forjar muchos –sino la gran mayoría- de los futuros del país?
Aquí no se muestra el día a día de una familia en particular, sino de un gran segmento de la población, una enorme porción de nuestros compatriotas para quienes justamente la palabra “Patria” carece muchas veces de sentido y solo se escucha en los discursos de los profesores sobre cuando se habla de la ¿Independencia? del Perú. Es la oportunidad que se presenta para usar la poderosa herramienta que es la fotografía documental y permitir extender la vista de cada uno de nosotros lo que solo vemos como parte del paisaje, de identificarnos como compatriotas que comparten los mismo sueños de progreso y búsqueda de la felicidad.
Un país no puede salir del subdesarrollo sin cohesión social, sin un sentido de pertenencia incrustado en cada uno de aquellos que comparten el mismo imaginario, este imaginario rojiblanco llamado Perú.





















